En niños que comienzan la educación primaria, la hiperactividad es una constante y es imposible verles sentados o quietos durante más de diez minutos. A esta edad, los infantes buscan estar en continuo movimiento liberando adrenalina y activando sus músculos y su mente. Es en ese contexto en el que el ajedrez aparece como una solución ideal para los padres desesperados que no saben cómo parar la avalancha de actividad de sus hijos.
Y es que el ajedrez no es solo un deporte que estimula la mente y agudiza los mecanismos de acción-reacción en los más pequeños de la casa, sino que además los adiestra demostrándoles que sin moverse de una silla pueden disfrutar tanto como saltando y brincando. Este juego de mesa tiene la cualidad de que absorbe por completo la atención de todo aquel que mira el tablero, haciendo que reine el silencio y dando un respiro a los adultos. Sin embargo, el ajedrez no sólo sirve para que la tranquilidad impere en un hogar, sino que además enseña a los niños a calcular fríamente su toma de decisiones, y eso es clave. El jugador de ajedrez comprende desde una fase muy temprana que mover piezas sin pensar debidamente trae consecuencias como la pérdida de las mismas y la consiguiente derrota. Por ello, el ajedrez les enseña a ser previsores, a no reaccionar por impulso y, en definitiva, a pensar relajadamente cada movimiento, algo que es poco habitual en los chavales de esta edad.
Así, es indispensable que el niño conozca a la perfección las reglas y los movimientos del ajedrez con el fin de que una vez las tenga bien asimiladas desee por sí mismo ponerlas en práctica y comenzar a doblegar a sus rivales. Por ello, el primer paso, que es el de suscitar en el niño el interés por este juego de mesa, es a menudo el más complicado, puesto que una vez que interioriza cómo funciona el juego, éste le absorbe y le reta.